¿QUEDARÁ ALGÚN RASTRO DE NOSOTROS?

Hemos encontrado restos de evangelios apócrifos, documentos sumerios, gravados egipcios…, pero no mucho más allá y hemos considerado que, puesto que no hemos encontrado, no hay nada más.
En “El informe Phaeton” hablo de una civilización que desapareció hace 12000 años, es decir, 120 siglos. Pero no hablo de una civilización como las antiguas que conocemos, que utilizaban pergaminos o tablas y construían con piedra. Estoy hablando de una civilización que nos sobrepasó hasta extremos increíbles, que dominaba la meteorología, disponía de máquinas voladoras, utilizaban la energía como nadie, extraían el hidrógeno del agua, había descifrado completamente el genoma humano y pretendía obtener la Luz Eterna. Y la pregunta que muchos me hacen es: ¿Por qué no queda rastro alguno de esa civilización?
¡Bien! Planteémonos lo que puede suceder dentro de pocos años con nuestra civilización, como mucho cien años. A la velocidad que vamos, si no ocurre un cataclismo mundial, el salto tecnológico será exponencial y, de pronto, el mundo será otro.
Cada vez se utilizan para la construcción productos que son distintos de los naturales: piedra y madera. Cada vez nos preocupamos más por el reciclaje y por los productos perecederos, para poder sustituirlos por los nuevos que llegan. De manera que nosotros mismos ya nos preocupamos que borrar el rastro que podamos dejar. Es una cuestión de pura supervivencia. El espacio de que disponemos es limitado y, si queremos poner algo, debemos eliminar otra cosa.
Imaginemos ahora que dentro de cien años, cuando dominamos perfectamente la tecnología del producto perecedero sucede un desastre y desaparece todo. La naturaleza es tan poderosa que lo digiere todo. Hay estudios que demuestran que la Tour Eiffel, si dejásemos de mantenerla, en poco menos de ochenta años sería un montón de polvo. Asi que, en 12000 años… ¿Qué quedará de nosotros?
Por otro lado, el papel, que ha sido el gran soporte del conocimiento, mal nos pese, en cien años habrá desaparecido. Hay muchos románticos (yo entre ellos) que pensamos que el libro formato papel no desaparecerá. Por favor, ¿dónde están los discos de vinilo? ¿O los cassettes? ¿O, dentro de muy poco, los DVDs? El papel ha durado más tiempo, pero también desaparecerá. Lo que sucede es que, quizás, muchos de nosotros no lo veremos, pero llegará. Es inevitable.
Y dentro de doscientos años, nadie utilizará algo distinto del soporte digital para guardar su información, que será etérea, estará guardada en unos sistemas que pertenecerán a una red. Fiados de ello, de saber que en cualquier momento podemos conectarnos y recuperar la información, nuestros cerebros se volverán perezosos. ¿Para qué memorizar, si tengo mi sistema de comunicación en mi reloj de muñeca o en mi oído o en la pantalla virtual que proyectan mis gafas?
Sin embargo, de pronto, la energía, de la cual dependemos tanto, se apaga, los sistemas se detienen y nadie es capaz de acceder a la información. ¡Dios! Todo nuestro conocimiento ha muerto, todo nuestro saber ha desaparecido, no somos nada sin datos.
Éste fue el problema de la civilización de Pangea, el resultado del Informe Phaeton. Ahí desapareció todo, sin dejar rastro alguno. Y menos, tras 12000 años, que es el tiempo que hemos tardado en recuperarnos.
Lo mejor que podemos hacer es abrir los ojos y despertar, crecer, porque lo que estamos haciendo con nosotros mismos es caminar hacia la absoluta dependencia. Y, si un día estalla, seremos el segundo Pangea.
¿Se entiende ahora que no quede rastro de nada? ¡Ni siquiera de nosotros, aunque nos creamos eternos!


Leave a Reply