Futuro escritor: LOS TEMIBLES TÚNELES

¿Qué es el temible túnel?

La necesidad de explicar muchas cosas sin tener en cuenta que se las estás contando a otra persona.

El abuso indiscriminado de la palabra que acabas convirtiendo en verborrea.

La larga parrafada explicativa que dura y dura y dura… He visto túneles de tres páginas sin un sólo punto y aparte.

El monólogo de un sólo personaje que se alarga y alarga como un chicle de los de hacer bola.

Caer en el túnel es matar una obra. Hay que ser muy bueno para entrar en él y salir indemne. Y hay que saber explicar cosas y mantener el interés jugando con el lenguaje. Y eso no es fácil.

Así que lo mejor es evitarlo.

¿Cómo se evita?

Que no convierta en una obsesión. Si caéis en él, no pasa nada. Para eso están las lecturas posteriores, las reescrituras, las correcciones, el volver a empezar…

También se evita por medio de pausas. La pausa es vital para rebajar tensiones, permitir que el lector vaya al baño o que reciba una llamada telefónica o que le hagan un comentario al que debe responder. Bromas aparte, la pausa bien trabajada es un elemento precioso.

Cuando hay que explicar algo que es largo, sobre todo si son pensamientos, se puede caer con facilidad en esta trampa mortal del túnel. A veces, cuando he tenido que leer diversas obras por formar parte de un jurado de un premio, he descubierto la inexperiencia del concursante sólo por ese detalle.

Una forma rápida de evitar un túnel es convertir una larga sucesión de pensamientos en un diálogo entre dos personajes. Uno de ellos hace las reflexiones y el otro sirve para colocar las pausas. ¿Cómo? Mediante preguntas. Así de simple.

Incluso un túnel se puede reconvertir en diálogo una vez has acabado y estás repasando la obra.

Cuando no es posible crear un diálogo, siempre se puede recurrir a la desviación con retorno. Es decir, estoy siguiendo una línea y, de pronto, introduzco un pequeño comentario sobre un tema que guarda relación, pero que me permite romper la secuencia durante unos instantes. Luego, recupero por medio de un enganche, que puede tomar mil formas:

«Pero volvamos al tema que nos ocupa y…»

«Es curioso como aparecen pensamientos y recuerdos que nos alejan de lo que decíamos…»

«Sin embargo, en nuestro caso…»

«¡Dios mío! No sé ni cómo me ha vendido a la cabeza este recuerdo, cuando resulta que…»

Etc…

Otra forma de cortar es la tan socorrida pregunta. La ponemos en mitad de un texto para pedirle al lector que también se la haga y que recupere el placer de escucharnos.

Y no olvidemos los punto y aparte.

¡En fin! Hay mil formas de evitarlos. Lo importante no es el sistema que se utilice, sino darnos cuenta de ellos y eliminarlos.

Nunca os dé pereza cambiar completamente algo, bien sea una frase o todo un capítulo. Incluso la obra entera.

En el caso de «El enigma de Constantino el Grande» llegué a escribir doce versiones de la obra, hasta dar con la que buscaba. En una el protagonista era un esclavo, otra estaba relatada en tercera persona… Y fui cambiando hasta dar con el tono adecuado.

El caso más claro sobre túneles lo tuve con «Libertad para Satanás», que veinta años más tarde pasó a llamarse «Un voto por la esperanza». En ese cambio me di cuenta de que ciertos planteamientos eran verdaderos sermones de la montaña y los convertí en diálogos. Ganó un montón en agilidad. Simplemente li di otro ritmo, sin cambiar nada de la historia. Quien haya leído la primera versión y lea la segunda se dará cuenta de ello.


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